Ese señor , como cada tarde, salió de su casa para comenzar su paseo diario.
Los estímulos familiares lo saludaron: el olor a hierba, el sonido de sus viejos zapatos al pisar el barro seco, el tintineo de la campana de una oveja lejana, y la figura de su vecino que se acercaba a su encuentro.
Aproximadamente a la hora no acordada por ninguno de los presentes, se cruzaron sin dirigirse la palabra.
Quince veces más ocurrió la misma situación, hasta que uno de ellos murió.
Como cada tarde, ese señor salió de su casa para dar un paseo. Y, cuando llegó al punto donde se cruzaba con su vecino, preguntó:
"¿Por qué nunca me has saludado?"
A lo que el vecino respondió:
"Porque no existes".
(Imagen: "Carretera", 2008)